sábado, 28 de marzo de 2015

La crisis educativa como oportunidad




En este artículo se pretende dar cuenta de un análisis crítico a partir de situaciones observadas en relación a la dinámica de las instituciones educativas. Análisis que no supone evidenciar errores o mostrar desacuerdos desde una posición omnipotente, sino más bien poder repensarse, abrir espacios de reflexión y autoría. Proponiendo nuevas miradas que favorezcan espacios de diálogo, intercambio y reflexión en relación a los diferentes actores que participan en el acto educativo: las autoridades políticas, los directivos, docentes, alumnos, padres y la sociedad en general; con el fin de construir puentes hacia nuevos modos de enseñar y de aprender.

La escuela de la que aquí se habla, o desde la que aquí se habla, no es ya una idea, o un proyecto, o una promesa, sino que es más bien algo que sucede, o algo que nos pasa, una escuela sentida, conversada, pensada, una escuela que no se sabe sino que se crea a cada instante y que no se habita desde la reiteración monótona de sus objetivos, o de sus fines, o de sus tareas, o de sus prescripciones, sino desde la emergencia de sus aconteceres”.
Jorge Larrosa1 

Para que el proceso de enseñanza aprendizaje se de-sencadene es necesario que el niño o adolescente desee aprender, para lo cual es fundamental el grado de significación que la situación de aprendizaje tenga dentro de su proyecto de vida, como así también que se sienta convocado como co-protagonista de su educación.
La sociedad hoy está en crisis, y la escuela como institución social también, los interrogantes son muchos… ¿Puede la escuela dar respuesta hoy a las necesidades de los niños y adolescentes?, ¿está la escuela preparada para alojar la diversidad?... La llamada escuela común, ¿aloja la diferencia o sólo acepta un único modelo de niño o adolescente según sus parámetros de normalidad?
La propuesta sería entonces tomarnos un tiempo para pensar… ¿cuál es hoy la función de la escuela?, o mejor… ¿qué es una escuela en función?

Un niño, una familia, una escuela en función
En 1990 se promulgó  como ley Nacional, la ley de la Convención Internacional de los Derechos del Niño, en la cual queda expresamente aclarado que los niños son  sujetos de derechos tanto civiles como políticos y se los equipara a la condición de ciudadanos, esto implica una profunda  transformación social y cultural, se los reconoce como partícipes activos en su propio desarrollo, el de sus familias y comunidad. La escuela es un ámbito privilegiado desde el cual acompañarlos en el conocimiento y desarrollo de sus propios derechos.
Hoy la escuela parecería debatirse entre la homogeneización y la diferencia, entre la inclusión y la integración, entre la discapacidad y la capacidad, entre para todos lo mismo o a cada uno lo que necesita, entre su función socializadora desde una mirada moderna o su función de agente social desde la mirada del niño como sujeto de derecho. La idea sería tomar este “entre” como posibilidad de movimiento, rompiendo binomios, permitiendo la convivencia, es decir, el vivir con otros.
 Una escuela en función sería pensar en una escuela para todos que genere estrategias adecuadas para cada integrante de la comunidad educativa, lo que sería posible tendiendo redes con los distintos  organismos gubernamentales, valiéndonos de ellos como herramienta para hacer efectivo el reclamo y el cumplimiento de la inclusión como  derecho, la equiparación de oportunidades, la inclusión social sin discriminación. Desde esta mirada,  la  inclusión social implica una posición ética, y por lo tanto una acción responsable; decidiendo que un diagnóstico no sea lo determinante, lo que marque lo posible y lo imposible, donde la  discapacidad desdibuje al niño y pase a ser nombrado por el diagnóstico;  no es sin vaciamiento  de sentido que pueden armarse otros recorridos posibles. La posición tomada sería dirigirse a lo singular de cada niño, pensando  la discapacidad como una contingencia, para transformarla en una oportunidad,  para construir desde su capacidad, Entender la inclusión educativa como un aspecto de la inclusión en la sociedad, es dar la bienvenida a la diferencia, trabajando para la construcción de redes, proyectos institucionales, curriculares, que puedan responder  las necesidad de todos y de cada uno de  los alumnos garantizando el respeto y aceptación de las diferencias. Cuando la escuela se ubica como punto de exterioridad, puede ensayar para los niños  otros modos de estar en el mundo que vayan del lado del habitar, otros posibles recorridos que se dirijan hacia la construcción de su subjetividad. La escuela en función espera a los niños, los llama,  los invita,  les propone,  los mira,  les pregunta, Así se los invita a aparecer desde la mirada, el juego, el dibujo, la escritura y la palabra sostenidos por lo amoroso del encuentro.
La escuela en función piensa al docente como agente de cambio,  su tarea va más allá de enseñar un contenido particular, sino que  brinda a los alumnos la posibilidad de coexistir con otros, ser diferente en las diferencias, sostener una convivencia social, ciudadana y cuidadora. El docente en función  ofrece un espacio de acción y expresión donde pueda circular el deseo y la elección, haciendo hincapié en lo que sí se puede, corriéndolo de una posición de imposibilidad que viene desde afuera, apuntando al proceso y a la construcción de un aprendizaje significativo, buscando distintos modos, dejándolo ser y hacer, promoviendo una educación transformadora que apunte a la equidad, donde haya espacio para la diversidad, la motivación, el deseo. La posición sería no poner un límite de antemano por fuera del sujeto, valiéndose de preguntas e interrogantes que posibiliten apertura sin certezas ni supuestos. Se trata entonces de acompañar, de brindar otra posibilidad.

La oportunidad de otra mirada
“Sus papás se acercaron al jardín pidiendo vacante en sala de tres años para un niño que necesitaría maestra integradora. 
 Se realiza la primera entrevista en febrero. 
La mamá cuenta:
El diagnóstico era TGD.  Derivado por el neurólogo, era tratado por una institución que indicaba escolaridad en sala de tres con maestra integradora, debido a un retraso de 1 año y medio aproximadamente. Estaba en tratamiento fonoaudiológico y terapista ocupacional 3 veces por semana en su casa.
Desde la escuela se les dijo a los papás  que primero queríamos tomarnos un tiempo para conocerlo y que nos  comunicaríamos con los profesionales que lo atendían.
Marzo… llegó el momento de conocernos.
Tres años, tez blanca casi transparente, pestañas largas, ojos marrones… 
Sus ojos fueron la clave… sus ojos veían pero no miraban, oía pero no escuchaba, sin importar la pregunta respondía “rojo, azul, perro, triángulo”… su cuerpo estaba en la sala, pero él, ¿dónde estaba?... Poco a poco se logró el vínculo, un gesto, una voz, una palabra, habilitarle otro espacio; el de ser y hacer. Estando cerca, sosteniéndolo, a veces con la voz, otras con el cuerpo, con la mirada o con el silencio, con el hacer y con el no-hacer para que sea él quien haga.
Se decidió un alojamiento en el jardín, donde hubiera caricias, escucha, mirada, juego. Se le ofreció un camino sin saber si él lo iba a tomar, un camino de adentro hacia afuera, él construyendo y el jardín acompañando. Acompañándolo sin avasallarlo, guiándolo sin hacer por él, ofreciéndole uno y mil juegos sin obligarlo a tomarlos, brindándole un espacio de libertad desde donde se lo llamaba, se lo invitaba, se lo buscaba.
A lo largo del camino donde hubo avances,  retrocesos, estancamientos, obstáculos que sortear. Poco a poco sus ojos marrones empezaron a mirar, a buscar, a investigar, a curiosear. El empezó a enojarse, a asombrarse, a sonreír, a encapricharse, a jugar, a decir lo que pensaba, a dar su opinión,  a tener amigos.
El jardín no trabajó solo, se realizaron encuentros con la institución donde hacía varios tratamientos, contando sobre  la línea de trabajo, articulando miradas y posiciones, trabajo de la mano…
Al finalizar el primer año, desde el jardín se sugiere la permanencia en sala de 3 con la misma docente. La institución que lo atendía coincidía con el jardín en la permanencia; además, pedía y ofrecía la maestra integradora; se acuerda la presencia de  la maestra integradora  2 veces por semana para acompañarlo fundamentalmente en música y educación física, donde  le costaba todavía conectarse y participar. También intervenía en determinados momentos como la merienda o el juego libre por mesas, propiciando el diálogo entre él y sus pares. A fin de año se propone el pasaje a sala de 4, cambiando de maestra; por tal motivo y para acompañarlo en el pasaje se propone la continuidad de la misma maestra integradora. Transitó sala de 5 sin maestra integradora, desenvolviéndose dentro de lo esperado sin presentar dificultades y superando la media esperada en algunas áreas. Jugando, creando, socializando con pares y adultos, preguntando opinando, sonriendo, mirando…”2. A lo largo de la escuela primaria volvió a pensarse en un proyecto de integración como acompañamiento en esta nueva etapa, las intervenciones fueron acotadas a lo que en cada momento se pensó para él. Actualmente y pensando en la entrada al secundario que se aproxima, el acompañamiento será pensado de un modo diferente, ya no en el colegio, tal vez en su casa ya se verá… se seguirá pensando en él, en cada momento. 

La crisis como oportunidad de cambio
La crisis de la escuela en tanto institución educativa obliga a formular nuevas preguntas y ante ellas habrá viejas o nuevas respuestas. Hannah Arendt3  habla de la crisis como una oportunidad de explorar la esencia de lo que sucede, ya que destroza las apariencias y borra los prejuicios; la desaparición de los prejuicios hace que las respuestas en las que habitualmente nos fundábamos carezcan de sentido. Es aquí donde la crisis puede volverse una oportunidad o bien transformarse en desastre; ya que los prejuicios agudizan la crisis impidiendo experimentar la realidad, quitando la ocasión de reflexionar... Naradowski4 establece que la Escuela tendría que brindar un lugar de diálogo, de escuchar tratando de entender el punto de vista del otro; escuchar no con la disposición de “dar la palabra”,  sino de “habilitarla”, de ejercer la razón y la oportunidad. Trabajar con la crisis, hacerla parte del proceso educativo, desde lo más amplio y reflexivo, animarse a escuchar. Esto es hacer la diferencia, desde un lugar de apertura hacia las ideas del otro y no centrase en las ideas pre-establecidas. Así se construye el futuro y es como según este autor debería posicionarse la escuela, promoviendo la democratización, como un doble desafío hacia afuera y hacia adentro. La escuela inclusiva es la que desarrolla una pedagogía centrada en el niño, capaz de educar a todos. Tomando la inclusión como principio y la diversidad como valor, reconociendo en cada uno de nosotros la necesidad y deseo de actuar con miras a conseguir una “escuela para todos”  que celebre las diferencias, respalde el aprendizaje y responda a las necesidades de cada cual.

Verónica  del Castillo*

* Verónica del Castillo es psicopedagoga, Prof. de Nivel Inicial.
E-mail de contacto: verodcfdg@yahoo.com.ar

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