jueves, 21 de noviembre de 2013

Conductas autolesivas: la agresión hacia el propio cuerpo


Las conductas autolesivas no reciben toda la atención que debieran, teniendo en cuenta que aproximadamente el 1% de los adolescentes desarrolla algún tipo de ellas. Se caracterizan porque el sujeto se autoinflige daños corporales (cortes, lastimaduras, golpes, etc.) o manifiesta conductas desaprensivas que lo ponen en riesgo. Suelen ser mucho más frecuente en personas con retraso mental, autismo u otras dolencias, pero también se halla entre quienes no portan alguna de ellas. Como se realiza a escondidas, es necesario estar atentos a los signos que pueden revelar su presencia.

Introito
Una de las características principales de los organismos vivos y fundamentalmente de los animales es su fuerte instinto de autopreservación.
Así, estos últimos buscan las mejores condiciones posibles para su objetivo principal: mantenerse con vida e indemnes ante sus depredadores y los cambios en el entorno que impliquen riesgo, al tiempo que se apartan de aquello que resulte amenazante.
Los animales no atentan contra su vida o su integridad voluntariamente. Cuando ello ocurre, es producto de diversos factores, como la desorientación en el caso de los migrantes, la necesidad de aventurarse a hábitats desconocidos ante los cambios peligrosos para la supervivencia en el propio, el cansancio de los grandes traslados y otros factores.
Es distinto el caso de los seres humanos, que sí son capaces (al menos algunos de ellos) de ponerse en situaciones riesgosas por cuestiones deportivas, imprudencia, etc.; de agredir al propio cuerpo e, incluso, de acabar con su vida.

Caracterización
Como resulta obvio, las Conductas Autolesivas (CAL) o Autoagresivas son aquellas mediante las cuales un individuo se inflige daño deliberadamente.
Consisten en efectuar cortes, magulladuras, escoriaciones, quemaduras, pinchazos, abrasiones, mordeduras, etc., sobre el propio cuerpo. También es frecuente la introducción de objetos debajo de la piel (tales como agujas, astillas y otros), interferir en la cicatrización de las heridas, así como arrancarse el cabello e incluso, según algunos estudiosos del tema, la ingesta de sustancias tóxicas en pequeñas dosis u objetos para producir malestar. Menos frecuentes, pero también alarmantes resultan acciones tales como conducir descuidadamente, la ingesta desmedida de alcohol y/o de drogas (legales o no) y las conductas sexuales promiscuas e inseguras, así como los desórdenes alimentarios.
Suelen ser producto de alguna otra patología (deficiencia mental, autismo, etc.) o bien un síntoma de alguna otra dolencia, normalmente asociadas a problemas emocionales, estrés, distintas formas de abuso, etc. Se descarta que tengan una entidad nosológica propia.
Un aspecto a tener en cuenta es que estas conductas tienen que persistir en el tiempo para ser consideradas autolesivas. En ese sentido, no pueden considerarse tales aquellas producto de un impulso único, consecuencia de algún desequilibrio puntual o, incluso, de algún brote psicótico aislado.
Diversos estudios dan cuenta de las razones de quienes se autolesionan. Expresan que autoagredirse les permite lidiar con sentimientos intolerables para ellos o, en otros casos, para poder experimentar alivio de estados de tristeza abrumadora, ansiedad, adormecimiento sentimental, estrés o presión del entorno.
Otro argumento que esgrimen para llevarlas a cabo es que de esa manera se sienten en control de sus cuerpos y sus mentes, para poder expresar sus sentimientos, para desentenderse de otros problemas, para purificarse, para resolver un trauma o para evitar que su dolor alcance a otros. También algunos las experimentan por simple placer o porque afirman que ello los provee de energía.
El denominador común es que realizar estas prácticas les reporta algún beneficio, desde su punto de vista. La realidad indica que se trata, generalmente, de enmascarar las causas, conocidas o desconocidas, de lo que los perturba, una forma de huir de lo que los perturba que no es tal.
Existen algunas creencias erróneas a su respecto.
Una de las más comunes es que las personas que se autolesionan buscan llamar la atención. Esta afirmación se desmiente cuando se observa que una de las características más notables de las CAL es su privacidad. En efecto, la mayor parte de estas conductas se realizan en el más estricto secreto e incluso la vergüenza y el miedo hacen que muchos de quienes incurren en estas acciones autoinjuriantes no busquen ayuda, aunque estimen necesitarla.
También suele catalogarse a estas personas como locas o peligrosas. Si bien es cierto que todas ellas tienen problemas de diversa índole (inclusive, algunos de orden psiquiátrico), raramente podrán presentar peligro para los demás, puesto que sus acciones se dirigen hacia su propia persona. Y para muchos de ellos, lesionarse es producto de angustia, ansiedad, depresión u otros problemas que, si bien necesitan tratamiento, poco tienen que ver con la locura. En todo caso, ese tipo de estigmatización, lejos de ayudar, complica y suele ahondar la sintomatología.
Suele creerse que las CAL llevan en sí una intención de muerte. Hay desacuerdo acerca de si los intentos de suicidio (sin la verdadera intencionalidad de cometerlo) entrarían dentro de su espectro. Si bien para algunos investigadores ello es así, para la mayoría, aunque puede haber una relación, se trata de entidades diferentes.
Tampoco entran en su consideración los suicidios, aunque quienes practican las CAL posean una mayor tendencia hacia él y los casos más graves pueden poner en riesgo la salud y hasta la vida de las personas, por más que esa no sea la intención.
En general, lejos de buscar la muerte, lo que estas acciones les proporcionan es alivio para un dolor anímico, espiritual, psíquico (o como quiera llamárselo), para el que no encuentran otra solución y con el que no pueden lidiar por sí mismos.
Otra creencia muy arraigada es que si las lesiones no son graves, la cuestión no es tan seria.
La magnitud del daño no se corresponde con el grado de sufrimiento asociado. Aunque los signos externos resulten minúsculos se hace necesario buscar ayuda.
Un aspecto a tener en cuenta es que en ciertas culturas, subculturas y grupos existen conductas rituales orientadas a la autoflagelación, como sucede en algunos grupúsculos religiosos o en determinados círculos adolescentes, pandillas, etc., que obedecen, además de a desequilibrios mentales, a cuestiones sociales, que, no por serlo, dejan de requerir asistencia.
Otra característica importante para destacar es que, según estudios realizados en los EE.UU., se ha verificado que aproximadamente el 50% de las personas que han concurrido en busca de soluciones para su problema ha sufrido distintas formas de abuso.

Signos de CAL
Como lo más usual es que dichas conductas se hagan en la más estricta privacidad y provoquen vergüenza en quienes las asumen, también es frecuente que se busque ocultarlas. Ello hace que su detección por terceros resulte dificultosa.
De todas maneras, existen ciertos indicios que es necesario tener en cuenta para poder advertirlas. Para ello, hay que estar atentos a:
– Heridas y cicatrices inexplicables o mal explicadas y recurrentes: signos de cortes, moretones y heridas en pecho, brazos, muslos, muñecas, etc.
- Huellas de sangre frecuentes en la ropa, toallas, sábanas, etc.; hallazgos reiterados de gasas, algodones y/o telas con rastros de ellas.
- La presencia de objetos aguzados o cortantes entre las pertenencias de la persona, sin que se justifique su posesión.
- Inusual sufrimiento de accidentes como explicación de la aparición de marcas y heridas en el cuerpo.
- No descubrir el cuerpo: como forma de ocultamiento, las personas que recurren a las CAL prácticamente nunca dejan que otros vean las partes de su cuerpo donde aparecen los signos de su actividad. Así, no se muestran en traje de baño ni usan polleras o pantalones cortos y ni aun en pleno clima tórrido dejan de vestirse con prendas de manga larga, entre otras formas de esconder los vestigios de su proceder.
- Necesidad de largos períodos de soledad: sobre todo en su dormitorio o en el baño, donde no dejan que otros entren.
- Aislamiento, irritabilidad y baja autoestima: suelen mostrar poca sociabilidad y molestarse ante situaciones que no lo ameritan, mucho más cuando se inquiere acerca de la aparición de marcas en el cuerpo. Al mismo tiempo, tienen una imagen devaluada de sí mismos.

Las CAL en números
Estas conductas pueden aparecer en edades tempranas (alrededor de los 7 años o antes), pero su eclosión más frecuente se da entre los 12 y los 15. Si bien tienden a de-saparecer con la edad adulta, puede persistir más allá de ella.
En ocasiones, desaparecen en pocas semanas, pero lo más frecuente es que se desarrollen durante meses y años. También es posible que remitan durante algún tiempo para luego volver a aparecer.
Es un hecho que la falta de estandarización de los criterios de medición, así como la tendencia al ocultamiento no solamente de los propios interesados sino también de sus allegados y la inexistencia de registros oficiales impiden que se conozca con meridiana exactitud la cantidad de personas involucradas en conductas de este tipo.
Pese a esta precariedad, distintos estudios intentan dar cuenta de su prevalencia, mientras que quienes se dedican a su seguimiento reportan que desde los años sesenta se nota un marcado incremento de este tipo de conductas. Esto, junto con que es mucho más frecuente en algunas sociedades que en otras, funda la sospecha de que, pese a ser consideradas altamente negativas, existe una especie de contagio social que tiende a extender estas conductas.
Por ejemplo, en Escocia e Inglaterra el número de consultas anuales por esta problemática supera las 142.000 al año, aunque se cree que la cantidad de casos es mucho mayor y que 1 de cada 130 adolescentes podría manifestarlas. En otras latitudes, la estimación es que abarca al 1%.
A su vez, otras investigaciones en EE.UU. revelan que 1 de cada 10 personas que se autolesionan lo hacen tan extremadamente que debieran recurrir a la intervención médica y, en buena parte de los casos, hasta concurrir a las guardias de emergencia. Sin embargo, apenas el 6,5 de ellos lo hace, lo que habla, también, de la negación parental, puesto que la mayor parte de ellos son niños o adolescentes.
La mayor frecuencia de duración de las CAL se estima entre 5 y 10 años, aunque se reportan persistencias más prolongadas.
La existencia de retraso mental, autismo y otras patologías de este tipo aumenta la presencia de las CAL. Como ejemplo, diversos trabajos en niños y adolescentes institucionalizados por dichas dolencias dan cuenta de ello. Uno de Japón mostró un 5,5%; otro de Escocia, 14,8%; otro elaborado sobre la población de dos centros regionales en Colorado y Arizona, EE.UU., 15%; en Suiza, 4,2%; en Alemania, 1,7% en uno de personas con retraso mental leve y otro con afectados severa y profundamente, 65,9%.
A su vez la ideas suicidas, los intentos de suicidio y los que se llevan a término se multiplican por 2 o por 5, según diversos trabajos de investigación, respecto de la población que no recurre a las CAL.
Los varones suelen tener una leve prevalencia sobre las mujeres respecto de estas conductas (55 a 45%), siendo más frecuentes los casos de autolesiones físicas en ellos y las correspondientes a abuso de sustancias en ellas.

Tratamiento
Como estas conductas son síntomas o consecuencias de otros problemas, resulta evidente que lo que se debe atacar es el mal de origen.
En ese sentido, existe una amplia gama de tratamientos psicológicos, psicoanalíticos y psiquiátricos que pueden ayudar a resolver la problemática de base, que puede complementarse con medicación, para aliviar temporariamente la sintomatología. En otros casos, los más extremos (es decir, aquellos en que el daño suele ser grande o en los que existan posibilidad de suicidio), los medicamentos se mantienen durante el tiempo en que persistan dichas conductas, lo que importa períodos prolongados e, incluso, en los más graves y resistentes puede abarcar toda la vida.
Los medicamentos más comunes que suelen utilizarse son el ácido valproico (un anticonvulsivo), que actúa como un regulador para los impulsos. Sus efectos secundarios incluyen náuseas, vómitos, trastornos intestinales, alopecía, alteración de ciclos menstruales y toxicidad hepática, por lo cual, como con todas las drogas, es necesario un control estricto.
También los antipsicóticos, del tipo risperidona, olanzapina, ziprasidona, quetiapina y aripiprazol, pueden utilizarse, aunque su suministro a niños se halla altamente controvertido, además de por el efecto adictivo que algunos de ellos pueden desarrollar, por las secuelas a largo plazo que es posible que se produzcan.
Entre sus consecuencias no deseadas, pueden llevar al aumento de la masa corporal, ansiedad, insomnio, baja presión arterial, sedación, náuseas, cefaleas y otros problemas serios.
La naltrexona puede resultar útil para coadyuvar en el tratamiento de aquellos que manifiestan recurrir a las CAL como formas de placer. Utilizado normalmente para el tratamiento de intoxicaciones con opiáceos (como codeína, morfina y heroína), bloquea las sensaciones placenteras, con lo cual se anula dicha percepción de placer ante las autolesiones. Entre sus efectos adversos más comunes se hallan confusión, malestar estomacal, ansiedad, dolor en las articulaciones o en los músculos.

Colofón
Que las Conductas Autolesivas no sean una patología en sí misma no implica que no deba prestárseles atención. Aun cuando sus consecuencias no vayan más allá de algunos moretones, raspaduras o pequeños cortes, son el signo de que existe un problema subyacente serio, que perturba al sujeto, por lo cual se requiere la intervención de un profesional que ayude a solucionarlo.
Su presencia, además, aumenta los riesgos de suicidio y, aunque este no aparezca, existe la posibilidad de que puedan llegar a producirse daños graves a nivel físico.
Llama la atención que en prácticamente todos los trabajos de investigación consultados se ponga énfasis en el desconocimiento mayoritario del entorno familiar respecto de este problema que afecta, sobre todo, a niños y adolescentes. Ello habla de que una de las posibles causas se deba a la mala comunicación interfamiliar.
El etiquetamiento y la discriminación, como siempre, no coadyuvan a la mejoría, sino que lo único que aportan es más sufrimiento.

Ronaldo Pellegrini

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