domingo, 5 de diciembre de 2010

Intervención psicomotriz en niños y jóvenes

¿Dé que hablamos cuando hablamos de discapacidad profunda? La pregunta apunta a desarrollar varios conceptos que deben ser tenidos en cuenta al abordar una terapéutica psicomotricista. En primer lugar, que se está ante una persona con un cuerpo, cuyas necesidades afectivas son similares a las de cualquier otra, aunque con sus peculiaridades. Otro es que suele haber dificultades en la circulación del deseo en relación al multi-impedido, lo que lo lleva a un encierro en sí mismo sin solución. La tarea del psicomotricista consiste en brindarle la posibilidad de ser y de hacer con su cuerpo, instalando el deseo en relación a su corporeidad.
 Cuando nos referimos a discapacidad profunda, no sólo hacemos alusión a discapacidad intelectual severa, sino a todos aquellos trastornos que privan al sujeto de relacionarse y comunicarse “normalmente” con la sociedad, no hablamos exclusivamente de un C.I. por debajo de la línea media; sino hacemos referencia a enfermedades neurológicas, genéticas, comunicacionales, expresivas, de la personalidad; que pueden limitar a la persona para desenvolverse con autonomía en los diferentes ámbitos de la vida; nos referimos a todos aquellos sujetos que no pueden hacer uso autónomo y libre de su cuerpo, su imaginación, su pensamiento, su espacio... de su vida; la que no pueden desarrollarse adecuadamente, ya que todo su ser está comprometido por un trastorno que lo limita en la construcción de su personalidad, en la constitución como sujeto.
Cuando hablamos de un niño multi-impedido, hacemos referencia a aquel que no presenta sólo un trastorno, sino que puede tener uno o, generalmente, múltiples trastornos asociados que suelen complicar la presentación clínica de la patología de base, modificar su curso, tratamiento y pronóstico.
Estos trastornos pueden ser sensoriales, motrices, psicológicos y/o retraso mental severo o profundo.
Un niño multi-impedido presenta manifestaciones clínicas que inciden y se interponen en el desarrollo psicomotor, haciéndolo particular en cuanto a su ritmo, calidad y características. Estas manifestaciones clínicas son: trastornos motores, físicos (cardíacos, respiratorios, digestivos, neurológicos, etc.); movimientos involuntarios, estereotipias, torpeza, falta de estabilidad, hiper o hipotonía, rigidez extrema; a veces comprometiendo varios miembros de su cuerpo.
Presentan dificultades en las pautas motrices básicas, tales como control cefálico, cambios posicionales, posición sedente y, en algunos casos, la posición bípeda y la marcha se ven retrasadas o no llegan a adquirirse nunca.
 Estas alteraciones en el movimiento llevan al niño a ser sumamente dependiente de las experiencias que el medio, la familia y el terapeuta le ofrecen. Presentan dificultades en la comunicación y el lenguaje, en la atención y concentración.
La capacidad de comprensión también está perturbada, por eso es necesario desarrollar una sensibilidad particular que permita encontrar códigos de comunicación específicos; resulta importante el contexto, el tono de voz, los gestos, la mímica y todos aquellos recursos alternativos que enriquezcan la comunicación. Manifiestan dificultades en la alimentación, control de esfínteres, autonomía e higiene personal.
En algunos niños con graves trastornos de la personalidad se observan conductas autoestimulantes, antisociales, desordenadas, descontroladas, agresivas, autoagresivas, trastornos emocionales y del sueño.
Existe, en muchas oportunidades, una perturbación en la esfera socio-afectiva, una perturbación en el vínculo materno, lo que lleva al niño a tener menos oportunidades para lograr su propia identidad y comprender sus sentimientos. Su personalidad se caracteriza por la dependencia hacia sus padres, sentimientos de inferioridad y frustraciones. Un niño y/o joven con discapacidad profunda es sobre todas estas manifestaciones “un sujeto”, que tiene un cuerpo, un cuerpo que a veces no puede moverse, no puede pedir, explorar... pero tiene un cuerpo que necesita ser mirado, escuchado, tocado, mimado y reconocido. Estos niños tienen las mismas necesidades emocionales que cualquier persona; precisan, ante todo oportunidades para desenvolverse, ser dueños de sí mismos.
La actitud de los padres es fundamental, ya que el niño necesita ser amado y aceptado con sus posibilidades y limitaciones. Muchas veces la angustia por este niño hace que el deseo no circule entre el niño y la madre y que ésta no sepa sobrellevar y superar esta problemática. Esto hace que el niño multideficiente no sólo se encuentre atrapado por su patología, sino por otros acontecimientos que día a día lo encierran más en ese rótulo de “discapacitado”, no capacitado para explorar, para satisfacer sus necesidades, no capacitado para aprender, no capacitado para hacer..., que se encuentre muchas veces atrapado en ese deseo que no transita en la familia, ése que quedó acorralado en una imagen que no concuerda con la real, atrapado en ese organismo al que hay que alimentar, higienizar, vestir, cuidar de la enfermedad; pero al que también hay que besar, abrazar, acariciar, tocar... Los padres se encuentran angustiados y hasta a veces se sienten culpables de la problemática de su hijo, lo cual, en algunas oportunidades, no los deja disfrutar de aquellas posibilidades que están por encima de la limitación.
La intervención del psicomotricista
El psicomotricista inserto en una institución que brinda atención terapéutica a niños y jóvenes con discapacidades severas/profundas tiene múltiples posibilidades de abordaje. Lejos de la aplicación de una técnica o metodología, su intervención se basa en rescatar las potencialidades del sujeto y hacerle vivenciar experiencias placenteras que despierten el deseo de hacer y ser con su cuerpo.
El trabajo en Psicomotricidad privilegia el cuerpo del sujeto, dándole la posibilidad de manifestarse tal cual es, con sus posibilidades y limitaciones, y es el psicomotricista con su cuerpo el que contiene, sostiene, incentiva a que este sujeto pueda desplegar todas sus posibilidades de acción. Propone, incentiva, provoca, alienta, estimula, incita, anima y hace nacer el deseo de ser y hacer con su cuerpo, que, aunque imposibilitado, tiene múltiples posibilidades de acción. “...el acto no es solamente una suma de contracciones musculares, también es deseo y toma de contacto, dominación o destrucción...”.
También es una simple mirada, un simple parpadeo, una simple variación tónica, un simple sonido, que nos deja al descubierto el deseo y el “querer hacer” del sujeto. Es sobre este deseo de hacer, sobre este querer hacer; que se basa la intervención del psicomotricista. Hacer nacer en ese sujeto el deseo de hacer con su cuerpo, que en muchas oportunidades se encuentra acorralado por la patología, atrapado en un cuerpo dolorido que no puede expresar sus emociones, preso de un mundo fantasmático que no le permite conectarse con él mismo y con los otros en un aquí y ahora. El psicomotricista no interviene para “mejorar” la limitación, sino que se ubica del lado de la “posibilidad” y el “deseo” de hacer del sujeto.
Interviene posibilitando la inclusión del niño en una dinámica de placer, facilita el descubrimiento de las posibilidades de acción del niño/joven, olvidándose de la imposibilidad. Interviniendo desde las resonancias tónico-emocionales entre terapeuta-niño, el psicomotricista instala, crea y reconstituye experiencias que han faltado en este sujeto.
El niño con “multi-impedimentos” posee fallas en la estructuración psicoafectiva, lo que dificulta la constitución de su personalidad y la construcción de su integridad corporal. Intervenir desde esta dimensión le brinda a este niño las herramientas para la construcción del yo y diferenciación yo-noyo, lo cual es la base para enfrentarse al mundo y posicionarse como sujeto del deseo, posibilitado para desear, saber y poder hacer.
Trabajar desde el poder hacer en una dinámica de placer, mediante el juego corporal, posibilita la apertura a la comunicación y el desbloqueo de la expresividad psicomotriz. Lo que no se vive con placer no es significativo para el sujeto.
Como lo exponen A. Lapierre y B. Acouturier en su libro “Simbología del movimiento. Psicomotricidad y Educación”, 1977; vivenciando los acontecimientos con placer, interviniendo desde el aspecto emocional y afectivo es posible acceder a las estructuras más profundas de la personalidad, aproximarse al núcleo psico-afectivo que determina todo el futuro del ser. Se trata de conseguir o crear en el niño/joven una vivencia emocional que conserve en sí y por sí su dimensión afectiva, buscar todas las posibilidades de acceder al placer de vivenciar su cuerpo en relación con el mundo, el espacio, los objetos y los demás. Esta vivencia del placer a través del “contacto corporal” es la base de toda la autenticidad de la persona y de cualquier relación que se inicie.
Citando la obra de Henri Wallon por Ignasi Vila en “Introducción a la obra de Henri Wallon”, 1986 y de acuerdo con el importante papel que le otorga a la Emoción, se puede decir que en Psicomotricidad se piensa y se revaloriza el papel de la emoción en el proceso psicológico y madurativo del niño, gracias a la emoción el sujeto accede a la vida psíquica y es la responsable en el proceso de la vida de relación. Es, además, el primer sistema de expresión y a su vez el primer sistema de comunicación.
Es necesario y fundamental, entonces, intervenir desde una vivencia emocional que despierte placer y lleve al sujeto a las más variadas formas de actuar. A estos niños “…generalmente se los clasifica, tipifica, selecciona e institucionaliza en prácticas terapéuticas, clínicas y educativas especiales de acuerdo con pautas, pronósticos y diagnósticos que estigmatizan la estructuración subjetiva y el desarrollo”. El psicomotricista tiene las herramientas para que, a través de su inclusión en los equipos interdisciplinarios, este niño/joven pueda salir de ese lugar de objeto y emerja como sujeto que puede y desea.
Tiene las herramientas para decodificar las producciones corporales de estos niños y proporcionarles un sentido para darles la posibilidad de producir, crear, inventar, reír y jugar. En el trabajo con discapacidad severa-profunda se debe partir de una intervención tónico-corporal, propiciando el diálogo corporal niño-terapeuta y la reapropiación del placer sensoriomotriz, lo cual posibilitará al niño/joven posicionarse en una dinámica de placer que abrirá el camino hacia otras posibilidades de acción, exploración y creación. Interviniendo desde el juego corporal, a través del diálogo tónico entre el niño y terapeuta; el psicomotricista despierta una vivencia emocional e interfiere en el núcleo psico-afectivo, haciendo nacer en el cuerpo de ese sujeto de deseo de querer, saber y poder hacer”.
Rosa María Escandell*
* Rosa María Escandell es Psicomotricista. Acompañante Terapéutico. Vice-presidente de A.SA.P. Asociación Santafesina de Psicomotricistas y Acompañantes Terapéuticos.
E-mail de contacto: rosicati@hotmail.com

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